El sastre...

Por las mañanas, muy temprano, don Marcelino Gutiérrez abre su pequeño taller de costura; usando la regla escuadra y la cinta métrica establece el camino que ha seguido a lo largo de su vida; puntada a puntada consiguió armar un futuro (que ahora es presente) para él y los suyos. Ha sido sastre 52 años de los 74 que tiene; durante esos años ha vestido, literalmente, a muchas personas.

A algunos, a quienes detecta que son buenas personas, los provee de estilo, de elegancia natural apropiada para la ocasión que se presente y a aquellos que detecta como arrogantes los provee de una elegancia increíble, inmaculada y que por lo tanto se nota falsa, construída, como una forma de advertir a los demás sobre lo vacío de sus personas.

Procura que las costuras sean dirigidas hacia el corazón cuando sabe que el cliente va a declarar su amor, cose con tristeza cuando la ropa es de luto para que sin importar las impertinencias que el doliente pueda hacer en el velorio siempre luzca triste y desvastado; cuando quiere ayudar a sus clientes a sobrevivir, cose a la ropa algunos hilos de los vestidos de la virgen de Juquila mientras reza padres nuestros y aves marías (él asegura que la ropa resulta antibalas), arregla los dobladillos con cariño y le molesta el abuso y maltrato de la ropa a la que con los años sigue reconociendo mediante nombre propio donde el apellido es en realidad el nombre del dueño, de tal suerte que existe ropa llamada "Sueterazul Juangomez" o "Pantaloncaqui Tomásdiaz".

Su anécdota más notable según me cuenta, fue cuando vistió a un arrogante político de una tela invisible que solo veían los inocentes y nobles de corazón...aún se ríe de recordar al tipo semidesnudo dando un discurso en el parque hasta que un campesino le gritó que porque andaba 'encuerado', dice que le costó un cobro excesivo de impuestos y la negación de un jugoso contrato de uniformes municipales...y a mí, esa anécdota se me hace extrañamente familiar.