sábado, 6 de diciembre de 2008

Sin rumbo fijo...



Una noche después de comer, aquel joven de apuesto aspecto y timidez palpable anunció su decisión:

- Quiero recorrer el mundo, encontrar mi destino, me voy a embarcar...dijo.

Y en la mesa antes en silencio, se oyeron voces al fín, los nueve hermanos, todos mas jóvenes murmuraban y se preguntaban cuando y porque había tomado esa decisión, quienes entendían lo que eso significaba inmediatamente empezaron a llorar y los más pequeños se unieron a ellos en llanto sin saber porque... El padre reaccionó como se esperaba...violento y de un solo manotazo en su rostro dejó claro lo que pensaba de aquella rara idea, significaba perder una fuente de ingresos para alimentar a los otros nueve, significaban más horas de trabajo, más problemas que resolver y menos pero mucho tiempo menos para pensar en sus sueños de juventud. La madre lo vió y reconoció la determinación...y lloró el resto del día y el día siguiente y los días que siguieron a éstos...cuando al fin logró recuperarse tras mucho intentar retener al hijo que se iba se dió cuenta de que él partiría al día siguiente...y volvió a llorar y a rezar por él...

En la mañana, antes incluso de que el sol saliera, con todas sus pertenencias en una mochila y con una bendición de Ernesta, su madre, como único seguro, José salió a buscar su destino...los años pasaron como pasan siempre, para unos rápidos y para otros -sobre todo para quienes esperan- muy lentos, las cartas eran escasas y siempre producto de la novedad de emociones por desembarcar en tierras diferentes y lejanas...

Algunas postales desde la India, Hawaii, Venezuela, el Mediterráneo y otras adornaban aquella vieja casa de barro donde todos sus hermanos -ahora todos en otras casas y en otros lugares cercanos- habían convivido y compartido infancias, pubertades y pérdidas de inocencia.

Un martes cualquiera 20 años después, en la tarde y con el sol a sus espaldas, José regresó a casa...sus pertenencias seguían cabiendo en una mochila y la bendición que su madre había puesto sobre su corazón se había vuelto un tatuaje indeleble en su pecho ya que de tanto remarcarla le había dejado una cicatríz en forma de cruz...no hubo lágrimas que lubricaran el seco ambiente, la familia no sabía que sentir hacia José, el amor se cultiva con años de detalles y de acciones y a veces la sangre no es suficiente para desarrollarlo.

Su madre incrédula lo veía y no se atrevía a acercarse para que la imagen del hijo pródigo no se difuminara como siempre que creía verlo descender del autobús en la nueva carretera, tampoco lloró ese día porque pensaba que al limpiarse los ojos se iría su hijo junto con las lágrimas secadas...y solo pudo llorar cuando algunos días después vió a su hijo quitarse la camisa y hacerse la señal de la cruz en el pecho enrojecido antes de acostarse...

José había encontrado el destino la misma cantidad de veces que lo había perdido...muchas...pero el destino siempre aparece de alguna forma y la ya no tan reciente carretera -pues había cumplido dos años- no tardó en aparecer en los periódicos que en algún momento llegan a los barcos errantes no para informar, sino para envolver piezas llenas de grasa o aceite...la foto de su lugar de origen estaba en aquel periódico y decidió que era el momento justo de volver...

...que quizás era el momento justo para volver a reencontrarse con el destino...otra vez.

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