¿Que tanto deberíamos saber del amor?

El amor es un acto de fé, todos decidimos apostar el corazón tarde o temprano...y como siempre, las apuestas se juegan a ciegas, no importa cuanta estadística apliquemos, tampoco importa cuanto estudiemos al objeto de nuestro afecto porque la objetividad deja de aplicarse en cuanto la química y los neurotransmisores empiezan a hacer efecto; no podemos ser objetivos porque no somos objetos, somos subjetivos porque somos sujetos y la subjetividad nos lleva a evaluar más allá de lo visible. Por tanto, no solo las acciones son evaluadas sino que también se evalúan -sin importar si son propias o ajenas- las intenciones, los deseos, los sufrimientos, los principios supuestos, las esperanzas, las creencias...como si alguien realmente pudiera evaluar lo invaluable.

El amor nos vuelve permisivos y como dice Germán Dehesa, "los defectos de la persona amada la hacen mas amable aún", confundimos la falta de carácter con nobleza, la ira con determinación, la soberbia con fortaleza y la lujuria con pasión. Lo cursi tiene sentido, la dignidad disminuye en su labor y nos sale la vocación de "tapete de bienvenida" o por el contrario, en la lucha por no ceder ante nada nos volvemos irascibles y alejamos a quien queremos conservar cerca... en una curiosa contradicción.

Es cierto...el amor nos hace ocultar las partes feas de las personas a las que se ama...pero no te preocupes demasiado, el amor es una abstracción, y un informático cualquiera te dirá que en una abstracción se ocultan los detalles innecesarios para que pueda darse cumplimiento a lo único importante...la implementación o en este caso, la conservación de la especie.